domingo, 3 de enero de 2010

Fundación de Pedraza

En diciembre, muy probablemente el día veinte, de 1591, en el sector conocido hoy como Montañas de Santa Bárbara, el capitán español Gonzalo de Piña Ludueña fundó una villa que bautizó con el nombre de Nuestra Señora de Altagracia de Pedraza. En esa ocasión el fundador venía con un grupo de personas y también lo acompañaba la orden imperial de fundar un pueblo que estuviera ubicado entre las ciudades de Mérida y Barinas. Venían con personal militar, religioso y seguramente inversionistas con ambiciosos deseos de poseer tierras, disponer de mano de obra barata y obtener ganancias económicas.
Asegura la historiografía que el capitán español vino con la orden gubernamental de fundar un pueblo para que sirviera de lugar de descanso de la larga travesía que significaba viajar entre Barinas y Mérida, y que además permitiera distraer a los belicosos aborígenes que constantemente amenazaban la paz de los residentes de ambas ciudades, lo que perjudicaba la tranquilidad necesaria para la realización del trabajo creador. Admitir esa aseveración es una ingenuidad, los que vinieron para quedarse en la recién fundada villa no venían con esa intención. Traían el bien definido objetivo de despojar de las tierras a sus verdaderos dueños, los aborígenes de la nación Jirajara. No trajeron elementos humanos para emplearlos como trabajadores en las haciendas de cacao y cana de azúcar que establecerían, porque tenían el objetivo de esclavizar a los bravos, dignos, laboriosos y valerosos poseedores de los extensos y fértiles territorios del piedemonte.
Para realizar el despojo de las tierras y esclavizar a la población aborigen era necesario imponer su gobierno mediante la utilización de dos armas muy poderosas: un aparato militar descomunalmente superior a las capacidades defensivas de los nativos y el recurso ideológico, representado por la iglesia católica, muy particularmente por los sacerdotes que vinieron a domesticar con el catecismo a los pobladores originarios. Siempre existió entre los invasores que fundaron a Pedraza la mala intención de abusar, para eso trajeron el elemento militar.
La resistencia fue tan violenta como la ocupación imperial española, fue una respuesta aborigen, digna de un pueblo que defendió sus derechos naturales. Había que destruir la ciudad que servía de asiento a los usurpadores y explotadores. Varias veces intentarlo hacerlo pero sin éxito, hasta que en noviembre de 1616, veinticinco años después de fundada, un ataque jirajara convirtió a la ciudad en cenizas.